viernes, 4 de marzo de 2016

No hay razón para estar asustado


Cuando mi hermana Betsy y yo éramos niños, vivimos un tiempo en una granja con nuestra familia. Nos encantaba explorar sus polvorientos rincones y escalar el manzano del patio trasero. Pero lo que más nos gustaba era el fantasma.
Lo llamábamos Madre porque era muy amable y nos cuidaba. Algunos días Betsy y yo nos despertábamos y en cada una de nuestras mesitas de noche había una taza que no estaba ahí la noche anterior. Madre, preocupada, los había dejado ahí por si teníamos sed durante la noche. Solo quería cuidarnos.
Entre los muebles originales de la casa había una antigua silla de madera, la cual poníamos contra la pared del fondo del salón. Cuando estábamos ocupados viendo la televisión o jugando a un juego, Madre movía lentamente la silla por la habitación hasta donde estábamos nosotros. A veces, conseguía llegar hasta el centro de la habitación. Después la colocábamos otra vez en su sitio y eso nos ponía tristes. Madre solo quería estar con nosotros.
Unos años más tarde, un tiempo después de mudarnos, encontré un viejo artículo de un periódico sobre la primera dueña de la granja, una viuda. Había matado a sus dos hijos dándoles una taza de leche envenenada antes de irse a dormir. Después, se ahorcó.
El artículo incluía una foto del salón de la granja y en ella se veía el cuerpo de una mujer colgando de una viga. Debajo de ella, tirada en el suelo, estaba la antigua silla de madera, colocada en el centro de la habitación. 


Traducido por Nyx.