Y siempre estoy contigo.
Estuve ahí desde el
momento en el que naciste. Estuve en el paritorio y antes de que pudieras
siquiera abrir los ojos yo ya te estaba mirando fijamente. Tus padres,
familiares y los médicos no podían verme allí en la esquina, observándote con
mis ojos opacos, pero estuve ahí desde el momento en el que naciste.
Y te seguí hasta casa.
Estuve contigo siempre,
era tu compañero inseparable. Te divertías con tus juguetes mientras yo te
observaba silenciosamente por todos los ángulos de los espejos que estaban cerca,
con el pelo enmarañado y pegado como pegamento por el sudor que caía por mi
abultada frente. Siempre fui tu compañero inseparable, el que vagaba detrás del
coche de tu madre cuando te llevaba a la guardería. Parecía que te encontrabas
solo en el baño pero yo estaba al otro lado de la puerta. El aire silbaba a
través de la cavidad magullada de mi garganta. Con los brazos torcidos y
colgando de las articulaciones, me mantenía encorvado al otro lado de la
cortina de la ducha. Espero y te sigo. Te sigo y vago detrás de ti.
No me ves. Casi no soy
visible a la luz del día. No me viste esa mañana cuando me senté enfrente de ti
en la mesa durante el desayuno. Un coágulo rojo y brillante se salía del hueco
de un diente ausente cuando te miraba boquiabierto de forma grotesca. A veces
me pregunto si sabes que estoy ahí. Creo que eres consciente de mi existencia
pero nunca te has dado cuenta de lo cerca que estoy.
Paso varias horas del día
no haciendo nada más que respirar en tu oído. Respirando;
silenciándote, más bien.
Ansío estar cerca de ti,
siempre he querido rodear tu cuello con mis heridos brazos. Me tumbo a tu lado
todas las noches al lado de la cama y observo el techo y tu cara dormida en la
oscuridad con mis ojos opacos.
Sí. A veces me has
pillado mirándote. Tus padres vinieron corriendo a tu habitación una noche
cuando gritaste. Estabas empezando a hablar, así que solo podías decir entre
sollozos: "¡Un señor! ¡Un señor en mi cuarto!" Creías que nunca
olvidarías haberme visto con la mandíbula caída balanceándose hacia adelante y
hacia atrás. Me metí en el armario y tu madre fue incapaz de encontrarme aunque
tú apuntabas y apuntabas y apuntabas. Creías que nunca lo olvidarías cuando
volvieron a su habitación esa misma noche. Oíste que la puerta se abría
suavemente con un chasquido y me viste reptar por el suelo hasta tu cama.
Arrastré mis extremidades desencajadas debajo de la cama con movimientos
espasmódicos.
Aprendiste tres palabras
nuevas gracias a mí: hombre del saco. Pero no soy el tipo de monstruo que
creías que era. Solo te observo, espero y te toco la cara con mis dedos nudosos
mientras duermes.
Me verás de nuevo pronto.
Cualquier día de estos, vendré, directo y tajante. Un día cruzarás la calle y (creo
que me abriré paso hasta ti con un rugido y un chillido) rodarás por el
asfalto, rodarás por debajo de las ruedas, chocarás con los guardabarros
metálicos de los coches y mis dedos tocarán tu cara una y otra vez.
Cuando levantes la vista
del frío asfalto con ojos opacos, tu pelo enmarañado y pegado caerá por tu cara
y tu mandíbula desencajada se balanceará sobre tu pecho.
Verás que me acerco.
Nadie más me verá.
Mirarás más allá de ellos fijamente a mis ojos y yo te devolveré una mirada
lasciva. Por primera vez en nuestras vidas, algo parecido a una sonrisa se
dibujará en mi cara. Pensarás estar mirando a un espejo cuando veas pequeñas burbujas
rojas coagulantes salir de nuestras bocas.
Me inclinaré, más allá de
los médicos y los mirones, y te levantaré en mis torcidos brazos. Nuestras
caras se tocarán. Mis alas se desplegarán y entonces tendrás que seguirme.
Y siempre estoy contigo.
Soy tu ángel guardián.
Traducido por Nyx.
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