miércoles, 22 de julio de 2015

Ángel guardián


Y siempre estoy contigo.
Estuve ahí desde el momento en el que naciste. Estuve en el paritorio y antes de que pudieras siquiera abrir los ojos yo ya te estaba mirando fijamente. Tus padres, familiares y los médicos no podían verme allí en la esquina, observándote con mis ojos opacos, pero estuve ahí desde el momento en el que naciste.
Y te seguí hasta casa.
Estuve contigo siempre, era tu compañero inseparable. Te divertías con tus juguetes mientras yo te observaba silenciosamente por todos los ángulos de los espejos que estaban cerca, con el pelo enmarañado y pegado como pegamento por el sudor que caía por mi abultada frente. Siempre fui tu compañero inseparable, el que vagaba detrás del coche de tu madre cuando te llevaba a la guardería. Parecía que te encontrabas solo en el baño pero yo estaba al otro lado de la puerta. El aire silbaba a través de la cavidad magullada de mi garganta. Con los brazos torcidos y colgando de las articulaciones, me mantenía encorvado al otro lado de la cortina de la ducha. Espero y te sigo. Te sigo y vago detrás de ti.
No me ves. Casi no soy visible a la luz del día. No me viste esa mañana cuando me senté enfrente de ti en la mesa durante el desayuno. Un coágulo rojo y brillante se salía del hueco de un diente ausente cuando te miraba boquiabierto de forma grotesca. A veces me pregunto si sabes que estoy ahí. Creo que eres consciente de mi existencia pero nunca te has dado cuenta de lo cerca que estoy.
Paso varias horas del día no haciendo nada más que respirar en tu oído. Respirando; silenciándote, más bien.
Ansío estar cerca de ti, siempre he querido rodear tu cuello con mis heridos brazos. Me tumbo a tu lado todas las noches al lado de la cama y observo el techo y tu cara dormida en la oscuridad con mis ojos opacos.
Sí. A veces me has pillado mirándote. Tus padres vinieron corriendo a tu habitación una noche cuando gritaste. Estabas empezando a hablar, así que solo podías decir entre sollozos: "¡Un señor! ¡Un señor en mi cuarto!" Creías que nunca olvidarías haberme visto con la mandíbula caída balanceándose hacia adelante y hacia atrás. Me metí en el armario y tu madre fue incapaz de encontrarme aunque tú apuntabas y apuntabas y apuntabas. Creías que nunca lo olvidarías cuando volvieron a su habitación esa misma noche. Oíste que la puerta se abría suavemente con un chasquido y me viste reptar por el suelo hasta tu cama. Arrastré mis extremidades desencajadas debajo de la cama con movimientos espasmódicos.
Aprendiste tres palabras nuevas gracias a mí: hombre del saco. Pero no soy el tipo de monstruo que creías que era. Solo te observo, espero y te toco la cara con mis dedos nudosos mientras duermes.
Me verás de nuevo pronto. Cualquier día de estos, vendré, directo y tajante. Un día cruzarás la calle y (creo que me abriré paso hasta ti con un rugido y un chillido) rodarás por el asfalto, rodarás por debajo de las ruedas, chocarás con los guardabarros metálicos de los coches y mis dedos tocarán tu cara una y otra vez.
Cuando levantes la vista del frío asfalto con ojos opacos, tu pelo enmarañado y pegado caerá por tu cara y tu mandíbula desencajada se balanceará sobre tu pecho.
Verás que me acerco.
Nadie más me verá. Mirarás más allá de ellos fijamente a mis ojos y yo te devolveré una mirada lasciva. Por primera vez en nuestras vidas, algo parecido a una sonrisa se dibujará en mi cara. Pensarás estar mirando a un espejo cuando veas pequeñas burbujas rojas coagulantes salir de nuestras bocas.
Me inclinaré, más allá de los médicos y los mirones, y te levantaré en mis torcidos brazos. Nuestras caras se tocarán. Mis alas se desplegarán y entonces tendrás que seguirme.
Y siempre estoy contigo.
Soy tu ángel guardián.


Traducido por Nyx.